lunes, 16 de mayo de 2016

Ernesto y la vida siendo parte del Clero

En la casa de Dios, unos rezan, otros combaten  los demás trabajan

Mi nombre es Ernesto y soy novicio en un convento franciscano en Asís. Mi aspiración es formar parte del clero, deseo consagrarme a las reglas de castidad, obediencia y pobreza por amor a Dios. Nuestro convento está dirigido por el Abad Guillermo, que debe obedecer estrictamente como cada uno de nosotros, al superior de nuestra orden y a Su Santidad el Papa.
Mi celda es pequeña, tiene un camastro, un crucifijo y un clavo para colgar mi hábito. Mi vestimenta se compone de un simple sayal de lana y sólo sandalias de madera son mi calzado.
 Nuestra vida es sencilla como la de un campesino. Nos levantamos antes del alba y oramos, luego nos dedicamos al trabajo: labramos la tierra o reparamos el convento, pedimos limosnas y las repartimos entre los pobres. Algunos enseñan en la escuela o cuidan enfermos. Pero, ocho veces al día dejamos nuestro trabajo para orar.
Hace unos meses se me ha ordenado que acompañara a Fray Martín en su viaje a Padua. En este viaje he descubierto muchas cosas que me preocupan. No todos los miembros de la Iglesia viven tan pobremente como nosotros. Hay un Arzobispo aquí cerca que tiene un gran feudo y vasallos. Además tiene mujer e hijos y, según dicen, vende las investiduras de Obispos y las indulgencias.
Me ha impresionado mucho, al llegar a un pueblo, una gran aglomeración rodeando a una mujer que estaba siendo quemada viva. Me explicaron que el Tribunal de la Inquisición la había condenado como hereje. Todo esto me dolió mucho, pues vi que la Iglesia aún debe luchar contra el pecado, dentro y fuera de ella. Pero a veces pienso que los métodos que utiliza la Iglesia contra el pecado son muy crueles.
Sin embargo, también pude comprobar que el Cristianismo cumple un papel importante en este mundo. Por ejemplo, pasamos por un convento donde encontramos a los monjes dedicados a estudiar y copiar manuscritos antiguos. Pasé por hospicios de iglesias y conventos que protegen a los pobres, huérfanos y viudas. Visité la Universidad de Bolonia, donde los profesores son monjes.
Qué bueno viajar, pues pude presenciar un bautismo, un casamiento, el ordenamiento de un sacerdote, la ceremonia por la que se armó un caballero y  varios entierros. Esto me hizo reflexionar que, en todo momento de la vida de los hombres, Dios está presente.
Texto en base a: “Juguemos con la Historia” de Liliana Giacumo.