Leonardo contaba treinta años cuando, aburrido y deseoso de encontrar nuevos
campos para conquistar, dejó su ciudad natal de Florencia, decadente bajo los Medici, y se dirigió a Milán que florecía bajo el gobierno de Ludovico Sforza. Fue a él a quien dirigió esta carta solicitando trabajo:
Muy ilustrísimo señor:
Habiendo visto y considerado los experimentos de todos aquellos que se dicen maestros
en el arte de inventar instrumentos de guerra, y encontrando que sus invenciones no d difieren de las conocidas, me animo, sin deseo de perjudicar a nadie, a solicitar a Vuestra Excelencia una entrevista en la cual le haré conocer algunos de mis secretos.
Puedo construir puentes muy livianos, fuertes y portátiles, con los cuales es posible
perseguir y derrotar al enemigo; y otros más sólidos que resisten el fuego o el asalto y sin embargo son fáciles de colocar en el lugar adecuado; y también puedo quemar y destruir los del enemigo.
En caso de sitio puedo cortar el agua de las trincheras y hacer pontones y escalas, así
como otras invenciones similares.
Si, debido a su elevación o a la fuerza de su posición no es posible bombardear un sitio
determinado, puedo demoler cualquier fortaleza, siempre que sus cimientos no estén asentados sobre piedra.
Puedo también construir cierto cañón que es liviano y fácil de transportar, y con el cual
se pueden arrojar piedrecillas como granizo y cuyo humo causa gran terror al enemigo, por lo cual no sólo sufren grandes bajas, sino que se sienten confundidos.
Puedo construir en cualquier lugar determinado y en el mayor silencio, pasajes
subterráneos ya sean rectos o tortuosos, y si resultan necesarios, bajo las trincheras y bajo los ríos.
Puedo construir carros acorazados para llevar artillería, los cuales podrán irrumpir
entre las filas del enemigo abriendo así paso a la infantería.
Si la ocasión se presenta, puedo construir cañones, morteros y artillería liviana de
forma y utilidad diferente a la que se usa generalmente.
Cuando resulta imposible emplear cañones, puedo suplantarlos por catapultas, trabucas
y otros instrumentos de eficacia admirable y poco usados. En una palabra, cuando así lo requiere la ocasión puedo proveer infinidad de medios de ataque y de defensa.
Y si la lucha se desarrollara sobre el mar, puedo construir máquinas que pueden servir
tanto para el ataque como para la defensa y buques que pueden resistir el fuego del cañón más pesado y de la pólvora u otras armas.
En tiempos de paz, creo poder daros tan completa satisfacción como cualquier otro en
la construcción de edificios públicos o privados, y en la conducción del agua de un lado a otro. Puedo también, esculpir en mármol, bronce y yeso, y respecto a la pintura, me es posible competir con cualquiera, sea quien sea.
Además podría encargarme de la ejecución del caballo de bronce que asumirá con
gloria inmortal y eterno honor la auspiciosa memoria de vuestro padre y la ilustre casa de Sforza.
Leonardo obtuvo el trabajo que deseaba y durante 16 años sirvió a Ludovico Sforza,
hasta que los franceses invadieron la ciudad y capturaron a su amo. Da Vinci dejó de
existir en Francia en 1519 a la edad de 67 años, prematuramente envejecido.
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jueves, 14 de abril de 2016
Carta de Leonardo Da Vinci a Ludovico Sforza
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